lunes, 2 de julio de 2012

Sin furia pero sin pausa


De verdad que yo pensaba que palmábamos contra Italia. Y no por la famosa táctica de ponerse en lo peor para que así cualquier sorpresa sea positiva, sino porque realmente me parecía que Italia llegaba con el equipo más cuajado. Me parecía que ambos equipos sabían a lo que jugaban, pero Italia acababa de finiquitar merecidamente a Alemania mientras que España llegaba del cara o cruz de los penalties contra Portugal ("ke inyustísia", se le vio decir a Cristiano Ronaldo al final, lo cual confirma que es tan gran goleador como pésimo analista futbolístico). Parecía además que Italia cuajaba justo a tiempo mientras que España parecía estar intentando ganar torneos no ya sin poner delanteros sino sin siquiera meter goles, como si marcarlos fuera una impertinencia que quita tiempo para seguir pasándosela. En muchos sitios, a falta de goles, destacaban como jugadas principales de la semifinal tres en las que España se ponía a sacar el balón jugado desde la defensa, sorteando la presión contraria sin problemas y sin el patapún parriba al que hubieran recurrido otros. Perecía que lo de España estaba a punto de acabar quedándose en una estética estéril, como la Colombia de los 90, que a cambio de ganar 0-5 a Argentina y 2-1 a Alemania ("¡Dios es colombiano!", gritó Radio Caracol), luego perdía con Camerún por pasarse de pases.

Pero no. Nada más lejos que eso. En lugar de ser el final de la hazaña, fue su culminación más exitosa. A falta de superlativos de la gente de letras, quizá lo que más elogie a este equipo sean las matemáticas. Tres torneos seguidos ganando (primera vez en la historia), todos ellos encajando cero goles en 10 partidos de fases eliminatorias. La última vez que alguien nos eliminó de algo fue Francia en 2006, hace tanto tiempo que ni se había estrenado 'Alatriste'. Esa fue también la última vez que alguien (Zinedine Zidane, un genio tenía que ser) nos metió un gol en partido a cara o cruz. Más cifras: el 4-0 es la mayor victoria en cualquier final de Europeo o Mundiales en la historia. Todos los goles, además, de jugada y sin penalties. Además, estas victorias han llegado rompiendo maldiciones históricas, como la de no haber ganado nunca un partido oficial a Francia, o a Italia desde hace 92 años, cuando casi era obligatorio jugar con mostacho alatristesco. Ya antes habíamos roto la ingeniería alemana, no una sino dos veces. Y más estadísticas habrá.

Se habla de vez en cuando sobre si esto del fútbol puede inspirar a lo demás o no. Pues no si no se quiere, pero si uno se deja sí que puede hacerse. Más que nada, porque para mí una de las cosas más valiosas que ha traído este triunfo es que se ha hecho de una manera que ha roto clichés y topicazos. En pocas cosas se oyen más lugares comunes que al hablar de fútbol, donde los alemanes siempre son altos y organizados, los italianos mezquinos, roñicas y nunca más orgullosos que cuando ganan medio a cero, los ingleses tienen un fútbol típicamente británico, los croata típicamente balcánico y los sueco típicamente escandinavo, fino análisis que demuestra más pericia al leer un atlas que al mirar de verdad cómo se juega.

En ese reparto de tópicos a España le toca el que ella misma se puso, el de la Furia Roja. O visto desde fuera, daba igual que Antonio Maceda fuera un vikingo gijonés, rubio y de metro noventa: simplemente por marcar un cabezazo a Alemania en el 84 tenía que hacerlo con la pasión flamenca de un matador. Claro que más a menudo la famosa furia se nos iba por la boca, y luego acabábamos siendo, en lugar de torero, toro furioso pero sometido a suerte suprema, como casi todo toro por furioso que sea. Todo se analizaba así, y es más, parecía que no había otra manera de hacerlo. Otro rubio, este de Baracaldo, de la margen izquierda, fue quien más quiso llevarnos en los 90 a esa caverna donde aún retumba el eco del "A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo" gritado por otro vasco en los Juegos de Amberes en 1928, cuando los del mostacho alatristesco. Las cosas se hacían con cojones, españolía y seis centrales reconvertidos (que suena muy minero y muy machote y muy de altos hornos), o no se hacía.

Pues esta selección española le ha quitado la zarandaja a todo eso. En contra de todo tópico racial, latino, cabreao, bragao y sangrerrojo, no hay manera de jugar más pensada, deliberada y cerebral que la de esta España. En contra de la sangre, el sudor y las lágrimas, se basa en la matemática más pura y en los porcentajes más favorables, heredados todos ellos de ideas de cajón: tener más el balón que el contrario reduce matemáticamente los probabilidades de encajar un gol, así que tengámoslo. Pasar el balón rápido reduce las probabilidades de que te lo roben, así que pasémoslo rápido. Tener un mayor número posible de jugadores que lo pasen rápido aumenta las posibilidades de pasarlo rápido, así que fuera los que no sepan, o mejor dicho, adentro los que sí sepan. Si miden 1.80, pues 1.80, y si miden 1.20, pues 1.20. ¿Que no los hay? Los criamos desde pequeños. Y así, es español bajito y cabreao pasó a ser el español bajito y pensador, el que se cuela entre seis croatas o seis italianos y te la clava por debajo de las picas. Ahí está Iniesta, que ya era famoso con el Albacete alevín, y a quien se ha ido siguiendo con precisión de científico de bata blanca hasta llegar a meter El Gol Que Ganó Un Mundial. Ideas claras, líneas rectas, diagonales precisas, llevadas tan al último extremo que no existe otra forma de jugar, y hasta los córners se usan más para volver a empezar el baile desde el principio que para que suban los altos a rematar. Más aún, si para llevar esta idea a la máxima consecuencia te sobra un delentero, o los dos, se quitan y se ponen seis jugones en el campo, como ha hecho Vicente del Bosque, que para eso viene de una ciudad univeristaria como Salamanca. Esta era la última vuelta de tuerca, y es la que se ha dado, logrando uno de los mayores éxitos de siempre cuando parecía que no iba a funcionar.

Hay por ahí el debate sobre si lo de "la Roja" es un contubernio para evitar decir "España". Puede que no sea mentira en algunos casos (Piqué y Fàbregas lo primero que hicieron con el trofeo fue sacarse una foto de ellos tres con una senyera, por ejemplo), pero el acierto de Luis Aragonés (natural de Hortaleza, y por lo tanto, según el topicazo puto centralista madrileño diga lo que quiera) al pedir que se la llamara así, fue lo de quitar la tontería esa de la Furia. Ese fue el primer pasó adelante. Luis no es de los que se achantan a la hora de hacer machadas a la antigua (una vez casi gana la copa de Europa con el Aleti, contra el Bayern, justo antes de morir Franco, lo cual hubiera sido el colmo del casticismo carpetovetónico), pero siempre supo ver con los ojos del pueblo y aún así escoger lo mejor de él, no las patochadas de graderío, que hay muchas. Y lo mejor ha sido: demos una camiseta del mismo color a los que saben jugar. La Roja. Sin furia, pero sin pausa.

¿La moraleja? Pues quizá quitarnos los topicazos de encima. Porque ahora tampoco hay que pensar que esto es algo cien por cien hecho en España. Qué va. El principio de todo esto vino de Holanda, o sea de Flandes, con el Ajax de Amsterdam y la Naranja Mécanica de los 70, que vino a España vía Barça y Johan Cruyff. O sea, el principio fue, otra vez, lo del "que inventen ellos". Pero una vez inventadas las cosas por otros, la verdad es que no las hacemos mal aquí. El nuestro no fue el primer imperio, pero fue el más grande. El nuestro no fue el primer viaje largo, pero descubrió lo que luego todo el mundo dice que ya sabía que estaba ahí. También sabemos dar premios nóbeles de vez en cuando, dictadores que duran 40 años, transiciones democráticas hechas en un santiamén, las mejores playas, las más masificadas, más transplantes que nadie, más paro que nadie, siete garrós seguidos, mogollón de inmigrantes, mogollón de emigrantes, oros en baloncesto, balonmano, voleibol y waterpolo (y fútbol), 500 millones de hispanoparlantes, Migueles de Cervantes mancos -pero da igual, porque al menos le dejaron la de escribir quijotes-, Institutos Cervantes cerrados, barcos con honra y con Marrajos pero sin ni puta idea de lo que hacían. Somos lo mejor y lo peor, como cualquier otro país del mundo, así que no dejemos que las ideas preconcebidas nos hundan. Salgamos por donde menos se nos espera, pero poniendo trabajo, preparación y cabeza. Ante todo, mucha cabeza, que este es un país de cráneos previlegiados que hay que poner a funcionar a la de ya.

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